23 de abril de 2011

La vuelta del teniente

El teniente psicólogo Martínez tardó dos meses en recuperarse de aquella noche de infauso recuerdo (ver: La argolla). Pasó catorce días en el Hospital de Valme con la entrepierna en observación, y mes y medio en casa inventando remedios caseros para evitar cualquier erección de madrugada. A pesar de los muchos cuidados que recibió, el pene del teniente nunca se recuperó del todo.



Estado en que quedó el pene del teniente psicólogo Martínez


Al tercer mes ya pudo orinar sin que le escociera apenas. Poco a poco, su vida volvió a la normalidad, y entre cremas y revisiones médicas conseguía sacar tiempo para continuar con el "asunto 3003" (ver: Chatarra Robot). Se sumergía en los informes para olvidar el vergonzoso lance de la argolla, pero no era capaz de superar su propio recuerdo.

Por fin llegó el día en que tuvo que volver al trabajo en el aeródromo sevillano de Tablada, y el teniente Martínez se preparó a conciencia para soportar las burlas de sus compañeros militares. Nada más cruzar la valla de entrada notó las miradas de desprecio y las risas entrecortadas de todos. "Le ha castigado el Señor", comentaban los reclutas de la Base a su paso, mientras el pobre Martínez trataba de disimular mirando hacia otro lado.

Cuando entró en el barracón del robot, notó que habían cambiado muchas cosas: no se veía tanta chatarra amontonada; todo estaba más diáfano allí dentro. "¿A dónde habrán ido a parar las piezas del 3003 que faltan?" se preguntaba. En la mesa de la sala de operaciones, dos técnicos de CASA ataviados con batas blancas montaban lo que parecía una unidad PUKOT, el mecanismo de desplazamiento del robot.


Unidad de desplazamiento PUKOT de fabricación alemana.


Si estaba en lo cierto, aquel descubrimiento suponía... podía suponer que... ¡que estaban montando el robot otra vez! Emocionado, se dirigió hacia la enorme mesa metálica. Al pasar su mirada sobre ella vio algunas piezas del robot similares a la argolla que él robó, y un estremecimiento helado recorrió todo su cuerpo. Los técnicos militares se dieron perfecta cuenta del detalle:

- Tenga cuidado con esas piezas, mi teniente, - le advirtió uno de los hombres con evidente sorna. - Algunas argollas pueden llegar a ser muy peligrosas.

(Publicado en Anotaciones propias el 21 de marzo de 2011)



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