8 de febrero de 2011

Chatarra Robot

Después de un mes de obsesivo trabajo repasando el "asunto 3003" desde todas las perspectivas posibles, el teniente psicólogo Martínez pidió una revisión del caso con el capitán responsable de la custodia de los restos del robot, argumentando la necesidad de comprobar ciertos datos para un nuevo informe que le habían solicitado desde Capitanía General.


El teniente psicólogo Martínez insiste en sacar partido del pobre robot


Y era cierto que necesitaba comprobar algunas hipótesis que seguía desarrollando en su cabeza. Para él, estaba absolutamente claro que el robot había provocado el incendio, aunque a esas alturas resultara indemostrable (ver Fuga en Tablada). Pero el teniente siempre pensó que el 3003 lo había hecho para procurar su libertad, al sentirse esclavizado ante aquella mesa de trabajo. Ahora, tras estudiar en profundidad las reacciones del robot, cabía otra posibilidad más fascinante aún: que la unidad autómata 3003 hubiera intentado suicidarse.


El robot 3003


Estado del robot tras el incendio


El teniente Martínez sabía que su nueva teoría también resultaba indemostrable y que, a oídos de cualquiera, simplemente mencionarla sonaría a locura. Sin embargo, en su interior sentía la necesidad de comprobar hasta dónde eran acertadas sus suposiciones. Necesitaba encontrar alguna evidencia de que el aparatoso incendio fue provocado por el robot para asegurar su propia destrucción. Por eso solicitó permiso para realizar la visita a Tablada.

El día de la cita llegó a las puertas del aeródromo a las 8.00. Sin embargo, no pudo entrar en el barracón al que habían llevado los calcinados restos del robot hasta las 9.15. Por problemas técnicos, le dijeron. Cuando por fin le trasladaron hasta el viejo taller que servía de sala de operaciones, quedó absolutamente abrumado ante una escena más propia de comercio gitano que de instalación militar. Por todos lados había piezas amontonadas del robot, clasificadas sobre plataformas de madera o alineadas sobre las estanterías herrumbrosas. El teniente psicólogo Martínez miraba hacia uno y otro lado con espanto, como si se encontrara en un mercadillo de objetos robados.




Aros, aretes, juntas, terminales, componentes informáticos...

Todas piezas reutilizables y muy valiosas.


Despanzurrado sobre la enorme mesa de taller, el robot había quedado reducido a un montón de chatarra cibernética. Al pasar la mirada sobre aquella orgía de tubos, placas y cables -las tripas del 3003-, sintió un escalofrío quirúrgico que llegó a dolerle. La visión de la máquina decuartizada le provocaban sentimientos confusos; su espíritu se debatía entre la más humana indignación ante el crimen que con toda impunidad estaban perpetrando aquellos técnicos de CASA, y la fría curiosidad de un investigador ante el objeto de su estudio. El teniente se sentía presa de los pensamientos más oscuros:

"Qué curioso. El robot siempre había temido acabar en alguna chatarrería de la carretera del aeropuerto. Y ese ha sido su final, poco más o menos. Desguazado, clasificado y valorado al peso. Como si una fuerza desconocida hubiera decidido desde el principio el triste destino del 3003..."

- Ja, ja, -rió el teniente psicólogo Martínez.

- ¿De qué se ríe usted?, - le preguntó extrañado uno de los técnicos que estaban a su lado.

- ¿Es usted creyente?

- Por supuesto.

- Pues parece que también para los robots Dios ya tiene decidido quién se salvará y quién no.