20 de septiembre de 2010

Miseria de robot

Unido a una mesa de trabajo por dos tornos de anclaje de cromo-vanadio de enorme dureza, el robot 30 A-03 se quejaba en silencio de su mísera existencia en un triste barracón del Aeródromo de Tablada de Sevilla: privado de su unidad automotora, se encontraba inmovilizado frente a los aparatos de aquella sala de comunicaciones, condenado a trabajos forzados, convertido en una máquina cualquiera. El 3003 añoraba aquellos años en los que todos le miraban con respeto y admiración.

Fotografía del sofisticado sistema de anclaje.

Fueron tiempos difíciles, desde luego, pero el Caudillo sabía bien lo que hacía y puso a su servicio a militares y polis. Recordaba perfectamente a aquella mujer, Angelita, agente de Interior disfrazada de monja, que le trajo desde Beirut hasta Sevilla cruzando el desierto egipcio… Qué tiempos! Y cómo echaba de menos su unidad de desplazamiento automotor Pukot, una maravilla de la tecnología alemana. Sí, fueron tiempos difíciles, pero entonces era libre, o al menos todo lo libre que puede ser un robot militar en un mundo de crueles humanos.

Ahora, despojado de sus metálicas extremidades, el robot se hundía cada vez más en una especie de cibernética deseperación existencial.

Unidad de desplazamiento Pukot

Y es que para un robot androide sus "piernas" son su vida. Un robot de cocina, o un brazo robotizado de una cadena de montaje, incluso la unidad de Control de una central hidroeléctrica pueden realizar todas sus funciones sin desplazarse, pero ¡un robot androide! Un robot androide sin piernas no es más que un montón de chatarra al que algunos desocupados sacan brillo.


Un robot androide sin un buen sistema de desplazamiento no es más que una marioneta en manos de su doctor Frankenstein particular, un esclavo al servicio de su amo.


Un robot androide sin piernas no es nada.