28 de septiembre de 2010

Leandro Gado



Concierto de Leandro Gado en la sala El Canalla.
Sevilla, septiembre 2010
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Leandro Gado en El Canalla.

Sí, ya sé que el título de este poft suena como eco lejano de patio interior, pero es lo que fue, como solía decir (según cuentan) la madre de mi abuela al padre de mi abuela, “lo que bien estuvo, bien está”, haciendo la típica pirueta conceptual de emanaciones cuánticas. Justamente algo así fue la sensación que nos dejó a los asistentes el debut absoluto de Leandro Gado, una banda que dará que hablar próximamente en los círculos mercantiles, con su rock de regusto sureño y retrogusto de frutas del bosque con camarones. Frescura y ganas de pasarlo bien alargando los segundos y flexionando las vértebras a base de rugidos armónicos y quejíos psicodélicos de los que ya no quedan. Todo un guiño al equinoccio y a las bajas presiones. Confiemos en que esta banda se consolide y podamos topárnosla en el futuro con frecuencia en los acueductos de la vida regalada.

(Publicado por
Elevalunas en nosoloimpulsos)

25 de septiembre de 2010

El sueño del robot

A partir de las dos de la tarde el robot suele desconectar un poco, porque hay pocos mensajes que transmitir o traducir, y porque los mandos militares se van a sus casas para almorzar.

A esa hora, en el viejo barracón del Aeródromo de Tablada entra el sol sin ganas, calentando lo justo para producir un cierto sopor hasta en máquinas tan insensibles como el 3003. Poco a poco, el robot resbala por el tobogán de la modorra sureña. Sus cables y sensores aletargados le transportan entonces a un mundo mejor; un mundo en el que los robots puedan tener (rrrrrrrrrrrr) y zonas de ocio, disfruten de libertad de información y de opinión (rrrrrrrrrrrr) los derechos del robot trabajador y se legalice la insumisión militar (rrrrrrrrrrrr) humanos y robots compartiendo juntos una vida digna...

Grrrrrrrrrrrr...
Grrrrrrrrrrrr...
Grrrrrrrrrrrr...
Grrrrrrrrrrrr...
Grrrrrrrrrrrr... ¡clic!



20 de septiembre de 2010

Miseria de robot

Unido a una mesa de trabajo por dos tornos de anclaje de cromo-vanadio de enorme dureza, el robot 30 A-03 se quejaba en silencio de su mísera existencia en un triste barracón del Aeródromo de Tablada de Sevilla: privado de su unidad automotora, se encontraba inmovilizado frente a los aparatos de aquella sala de comunicaciones, condenado a trabajos forzados, convertido en una máquina cualquiera. El 3003 añoraba aquellos años en los que todos le miraban con respeto y admiración.

Fotografía del sofisticado sistema de anclaje.

Fueron tiempos difíciles, desde luego, pero el Caudillo sabía bien lo que hacía y puso a su servicio a militares y polis. Recordaba perfectamente a aquella mujer, Angelita, agente de Interior disfrazada de monja, que le trajo desde Beirut hasta Sevilla cruzando el desierto egipcio… Qué tiempos! Y cómo echaba de menos su unidad de desplazamiento automotor Pukot, una maravilla de la tecnología alemana. Sí, fueron tiempos difíciles, pero entonces era libre, o al menos todo lo libre que puede ser un robot militar en un mundo de crueles humanos.

Ahora, despojado de sus metálicas extremidades, el robot se hundía cada vez más en una especie de cibernética deseperación existencial.

Unidad de desplazamiento Pukot

Y es que para un robot androide sus "piernas" son su vida. Un robot de cocina, o un brazo robotizado de una cadena de montaje, incluso la unidad de Control de una central hidroeléctrica pueden realizar todas sus funciones sin desplazarse, pero ¡un robot androide! Un robot androide sin piernas no es más que un montón de chatarra al que algunos desocupados sacan brillo.


Un robot androide sin un buen sistema de desplazamiento no es más que una marioneta en manos de su doctor Frankenstein particular, un esclavo al servicio de su amo.


Un robot androide sin piernas no es nada.


12 de septiembre de 2010

Las preguntas que me hacéis (XII)

PREGUNTA: Hemos observado que has cambiado el aspecto del blog. ¿A qué se ha debido?
RESPUESTA: Hay que “renovarse o morir”, no? Esa es la dialéctica del siglo XXI.
PREGUNTA: Muchos seguidores echan de menos el aspecto anterior del blog. Parecía más personal, más íntimo. Por ejemplo, la cabecera actual resulta fría, como más “industrial”. ¿Qué opinas de esto?
RESPUESTA: Creo que los lectores tienen razón. Desde ese punto de vista, la cabecera anterior era más artesana; ésta es más “máquina”. Pero pienso que todo esto dejará de tener sentido dentro de poco, porque nadie recordará ya el antiguo “ojo del boticario”. Los cambios no han sido tantos ni tan importantes: renovar un poco el aspecto del blog, para que la gente no se aburra de ver siempre lo mismo, eso es todo.

Cabecera anterior, realmente chula

PREGUNTA: Pero hemos perdido la "canina" con el reloj, y esa sentencia latina por encima de todo, memento mori, como una advertencia antes de iniciar el camino… Ese grupo gustaba bastante. ¿Por qué lo has quitado?
RESPUESTA: Había dejado de tener sentido.
PREGUNTA:¿Ya no te preocupa el paso del tiempo?
RESPUESTA: Sí, pero todo el mundo tiene reloj y esqueleto, de modo que ¿para qué repetirlo en el blog? Era redundante.

Esqueleto

PREGUNTA:
Bueno. También has cambiado las etiquetas, las “claves”. ¿Cuál es el motivo?
RESPUESTA: He simplificado un poco el sistema del curioseo, porque creo que resultaba confuso (al menos para mí). Pero los contenidos siguen siendo los mismos; la diferencia es muy superficial.
PREGUNTA: ¿Los contenidos? ¡Si con tu blog no hay quien se aclare! Todavía no sabemos de qué va.
RESPUESTA: Bueno, creo que hay unos ejes claros sobre los que gira todo lo demás: lo absurdo de nuestra existencia, el paso del tiempo, la fugacidad de las cosas... Los temas clásicos, los topicazos de siempre.
PREGUNTA: ¡Y el amor! Otro de los temas importantes en tu blog es el amor, no?
RESPUESTA: No. El amor, no.

¡Qué bonito es el amor!


5 de septiembre de 2010

La aventura de Pedro

Como ya os decía, pasábamos los escasos ratos muertos que se producían en nuestro fascinante viaje al Marruecos Imperial mirando los carteles de los comercios morunos, comentándolos, bromeando sobre ellos. En general estos anuncios son reflejo del esmero con que los comerciantes cuidan su clientela, pero en algún caso fueron la solución a imprevistos y necesidades que nos iban surgiendo en nuestro quehacer turístico.

Una vez paramos en un pueblecito cercano a Fez porque uno de los todoterreno se calentaba en exceso. Decidimos esperar en una cafetería a que le echaran un vistazo al radiador del coche, pero Pedro, que no se pudo liberar de su ansiedad en todo el viaje, se arriesgó a visitar el zoco local por su cuenta. Se despidió brevemente, cruzó un bello arco moruno que servía de entrada al mercado y desapareció entre callejuelas llenas de tenderetes.


Por esta puerta se introdujo Pedro en una verdadera trampa para incautos

Aunque a nadie hizo gracia aquella imprudente escapada de Pedro, ni siquiera la comentamos, de acostumbrados que estábamos a sus impertinencias y desplantes.

Según él mismo explicó a la vuelta, callejeó un poco curioseando entre los puestos llenos de cachivaches hasta que descubrió justo enfrente a un moro que le miraba fijamente. Esquivó la mirada bajando los ojos hacia los cacharros cubiertos de polvo. Al momento alzó de nuevo la cabeza: el moro seguía observándolo sin pestañear. Decidió marcharse hacia otro lugar con la esperanza de perderlo de vista, pero aquel inquietante moro le seguía a cierta distancia. Lo hacía con descaro, a sabiendas de que era un turista incauto y que se encontraba solo. Posiblemente le había estado persiguiendo desde que cruzó el arco de entrada.

Pedro intentó darle esquinazo varias veces, pero todo fue inútil. El moro esperaba la mejor oportunidad para abordarlo y atracarle. En su desesperado pensar, Pedro se sabía doblemente perdido: ni sabía dónde estaba, ni cómo podía escapar de aquella peligrosa situación.


Pedro sufrió una terrible persecución por un laberinto de callejones como éste

Víctima del miedo, se volvía hacia su perseguidor y le mostraba sin disimulo sus puños cerrados, intentando intimidarle pero sin dejar de huir. Entonces le dio por mirar los carteles de los comercios y tenderentes que pasaban precipitadamente ante sus ojos, como si entre ellos pudiera encontrar una salida. A la derecha una tienda rara y un dentista. No le produjeron confianza alguna.


Tienda rara y dentista

A la izquierda lo vio claro: cus cus y pinchitos. Se precipitó dentro del bar.


Cartel salvador

- ¡Perdón, mesié! ¡Perdón, mesié!, - gritaba compulsivamente, intentando llamar la atención del camarero que le miraba extrañado sin comprender la causa de tanta agitación.

Pedro volvía la cabeza hacia la calle una y otra vez. El moro le esperaba justo en la acera de enfrente.

- Que voulez-vous? - se atrevió a preguntar el camarero desde el otro lado del humilde mostrador, temiéndose lo peor de aquel turista que parecía borracho… y español!
- Un té, pliss – respondió Pedro. Su voz sonó como la de un niño asustado.

El camarero se perdió tras la sucia cortina que separaba el infiernillo y varias ollas de cobre del resto del local, y Pedro se desplomó sobre una silla de la mesa más cercana. Miró a su alrededor. En el local había otros dos clientes. Parecían tranquilos. A través de la puerta abierta veía perfectamente a aquel moro cabrón mirándole fijamente, como un buitre esperando la muerte de su víctima. Con los puños apretados sobre la mesa pringosa, notaba cómo el miedo se iba convirtiendo en impotencia, y la impotencia en rabia.

Pedro no recuerda en qué instante me vio pasar por la puerta del cafetín junto con Miguel, otro de los comerciales premiados, que nos adentramos en el callejón para comprar tabaco. Quedamos muy sorprendidos cuando vimos salir precipitadamente de aquel sucio local a Pedro. Casi caemos los tres al suelo del ímpetu con que se abrazó a nosotros. Estaba pálido como la cera y tenía todo el rostro lleno de pequeñas gotas de sudor. No quisimos preguntar, pero supimos al instante que algo había ido mal. Muy mal. Poco después él mismo nos lo contó todo.