10 de mayo de 2011

El profesor Vohwinkel

El tres de abril de 1979, el profesor alemán Ralf Vohwinkel, de la Universidad de Heidelberg, aterrizó en el aeropuerto de San Pablo acompañado de su ayudante Martha Gilh. Acudieron a recibirle algunos militares de graduación, aunque sin uniformes. La llegada del eminente científico fue más que discreta.

El profesor se alojó en el Hotel Los Remedios, cercano a Tablada, y fue acompañado en todo momento por el capitán ingeniero Lahoz, responsable militar del "asunto 3003". Por la tarde acudieron al aeródromo sevillano, para concluir ya de noche con una fiesta-recepción en el Tablao Flamenco La Garrocha, a cargo de Capitanía General. Tras los invitados a la fiesta, entró en el local un personajillo que llevaba siguiéndolos desde que llegaron a Sevilla: el teniente psicólogo Martínez.

Sabedor de la llegada del alemán, Martínez supuso que el motivo de su visita era el ensamblaje y puesta en marcha del robot 3003. ¡Para qué si no habría de venir a Sevilla! Así que decidió convertise en su sombra hasta averiguar qué estaba pasando con el robot.

La verdad es que el profesor Vohwinkel estaba cansado del viaje. Parecía distraído, y no prestaba atención a la superficial conversación que el capitán Lahoz intentaba mantener en un inglés más que forzado. Hasta que apareció en escena Salomé del Mar, bailaora gaditana muy de moda por aquel entonces en todos los tablaos de Sevilla.

Al verla moverse por el escenario, al alemán se le llenaron los ojos de caderas y olvidó al instante todo el cansancio acumulado. Tras unas cuantas copas de manzanilla, hasta se arrancó por fandangos.

Fotografía realizada la madrugada del cuatro de abril de 1979 por el fotógrafo del ABC Domingo Montes. Nunca llegó a publicarse. De izquierda a derecha: la bailaora Salomé del Mar, un desconocido (posiblemente empleado del local), el profesor Ralf Vohwinkel, el capitán Lahoz y Martha Gilh. (FOTO ARCHIVO)


El teniente psicólogo Martínez miraba aquella escena con cierta envidia, oculto entre la espesura humana del local. A la fiesta se iban sumando cada vez más invitados, y con cada llegada de un nuevo personaje parecían crecer las ganas de juerga que todos sentían.

Sobre las tres de la mañana, el teniente Martínez decidió volver a casa. Apenas le quedaba dinero para el taxi.