13 de noviembre de 2009

Angelita (I)

A veces nos reuníamos en los hangares de Cuatro Caminos, donde me instalaron provisionalmente. Angelita se quedaba mirando la pista vacía, y allí permanecía cantando una vieja canción que a nadie gustaba, pero que parecía devolverla a tiempos ya lejanos. Su torpe tarareo delataba lo harta que estaba de secretos, informes, de hoteles de tercera y militares que la miraban e intentaban denigrarla. Cuando terminaba de canturrear, siempre repetía: ¡Qué tiempos aquellos!

Qué tiempos aquellos. Nunca pensé que echaría de menos la terrible misión de Al Kufrah. Cuando por fin encontramos la Unidad 03 casi no podíamos detectar la sutil señal que aquel monstruo emitía. Estaba en las últimas. Recuperar un pesado montón de chatarra con todos los ingleses pisándonos los talones fue lo más peligroso que hicimos para la Comisaría de Exteriores en Oriente Próximo. ¡Qué locura! Pero no podíamos permitir que el robot cayera en manos británicas. Nuestros amigos libios se portaron. Wafa Salimi demostró ser una mujer formidable aquellos días en Trípoli.

Nuestros técnicos "jesuitas" en Bawijti pudieron recargar las baterías del 3003, lubricarlo y repararlo en gran medida. Era gente muy buena. Le apañaron un carrito de bebé y eso nos servía para transportarlo de aquí para allá. Todo aquello resultaba un tanto ridículo.

Una vez asegurado el material, desde Madrid prepararon y financiaron el siempre complicado viaje de vuelta. En Barajas nos recibieron como verdaderas mártires. Bajamos las siete monjitas, Dolores la camarera, una enfermera y yo. Allí estaban el Ministro Serrano Súñer y el Obispo de Madrid, también el alcalde y otras personalidades. Flores y banda de música.

Serrano Súñer junto a miltares alemanes nazis (Himmler, el primero por la derecha)

Después de resolver mis asuntos en el Ministerio, me retiré al Monasterio de Santa Clara en Toledo, donde permanecí casi un año. Por fin resolví volver al sur, porque el frío del interior me sentaba mal. Solicité mi traslado a las Esclavas de Sevilla, y aquí continúo, dando clases de Ciencias Naturales a niñas del centro.

Colegio de las Esclavas en Sevilla

Del U-03 no supe mucho más. Realmente estaba inservible para el Ejército. Creo que lo reprogramaron como robot agrícola para las granjas de Badajoz. En 1956 o por ahí consiguió instalarse en algún pueblo del Aljarafe sevillano, con su paguita y su asistencia social. No lo he vuelto a ver, pero es posible que mantenga contactos dentro de la Congregación.


3003: Yo y mi testimonio


I: El arma del futuro


El 12 de febrero de 1941, cuando el general Rommel aterrizó en Trípoli, yo acababa de superar mi tercer y definitivo control de calidad. Me convertí en la Unidad 30 A-03 (3003), asignada a los Deutsches Afrika Korps, con sede en Trípoli, y dispuesto para incorporarme al frente. Entonces me sentía el arma del futuro, sin duda. Ahora, a mis 68 años, llevo demasiado futuro sobre mis hombros. La herrumbre me carcome, y no recuerdo cuál fue el último cálculo correcto que realicé.

Qué tiempos aquellos, cuando el norte de África era una enorme zona de combate y todavía no se había estrenado Casablanca.

Siempre digo que nací el 24 de marzo de 1941. Ese día me incorporé a la 39ª sección Panzerjäger al mando del coronel Matthias Botor, un pelirrojo malencarao al que nunca le gustó el Proyecto 03, ni quiso saber nada de mí durante aquellos terribles meses que pasé en los hangares de Trípoli, picado de polvo y cubierto de bichos. Allí estaba yo, la magnífica unidad A-03, el orgullo del III Reich en el Frente del Mediterráneo, más oculto bajo lonas que presto para la acción.

La 39ª Panzerjäger en el frente de Tobruk

El coronel Botor declaró en Trípoli, ante todo el Estado Mayor de Rommel, que mi aspecto resultaba “demasiado perturbador”, impensable en la Oficina de Enlace de algún general, inadecuado incluso como asistente de cualquier mando de los Afrika Korps. Que el Proyecto era un error desde su misma concepción en Berlin, y que resultaba hiriente para la casta guerrera germana. El resultado de su informe resultó demoledor para el desarrollo operativo del Proyecto.

Me perdí la campaña de Tobruk y la primera batalla de El Alamein porque mi aspecto resultaba “demasiado perturbador” para mis propios compañeros.

Soldados australianos defienden El Alamein

En 1942 serví de enlace para las tropas italianas en Sidi Barrani, a 100 kilómetros de la frontera libio-egipcia. En octubre de aquel año, un tal cabo Raspel, un simple spaguetti operador de radio, detectó un error de cálculo en unas coordenadas emitidas por mí. Se acabó el arma del futuro. Todo el Proyecto a la mierda.

Pasé a ser un montón de chatarra por valor de dos millones de dólares, y me enterraron bajo el polvo de Libia.

II: Desertor

Todavía no sé porqué decidí quedarme en Trípoli. Permanecí oculto en unos viejos almacenes de lana de la capital durante 18 meses. El daño que sufrieron algunos de mis sistemas fue irreparable. Desde entonces, registrar ciertos datos me produce cosquillas.

Angelita era una andaluza guapetona y algo farota que colaboraba en las misiones que la Congregación de las Esclavas de María tenían en Al Kufrah, al sur de Libia, cerca de la frontera con Egipto. En 1944 Angelita tendría unos treinta años, y casi toda Libia estaba bajo control inglés. Las últimas divisiones del Afrika Korps embarcaban rumbo a Sicilia, y con ellas se perdían todas las posesiones italianas en el desierto.

En aquellos días, Angelita, sor Maña y dos mujeres moras correteaban por las esquinas de Trípoli pidiendo comida, zapatos o alguna ropa. Ellas me encontraron y me llevaron hasta Al Kufrah en un viejo furgón Fiat conducido por un moro gordo que nunca hablaba. Allí dentro olía a matadero.

Angelita

Llegados a la Misión, Angelita contó ante la Superiora que entraron en el almacén para hacer sus necesidades, aunque yo pienso que entrarían a robar lo poco que pudiera quedar en el viejo comercio. La convenció de la necesidad de mantenerme escondido.

La inestabilidad en la frontera con Egipto hacía peligrosa la permanencia en aquella zona. Sobre Al Kufrah pasaron guerrilleros libios, desertores alemanes, buscavidas italianos, y a pesar de la ingente y beneficiosa labor que las monjitas realizaban y todos agradecían, empezaron a ser vigiladas y acosadas por las autoridades locales. En septiembre fueron acusadas ante los militares británicos de colaboracionismo con los nazis. Se vieron forzadas a abandonar el país.

Milicianos libios

Con las Esclavas me dirigí hasta la frontera con Egipto, oculto entre humildes tesoros de capilla. Cruzamos el desierto egipcio en decrépitos camiones a ritmo de agua salobre y rosarios al atardecer. Pasamos seis días de miseria sin límites hasta llegar a Bawijti, cerca de El Cairo, donde nos esperaban unos hermanos jesuitas españoles que allí ejercían su apostolado.

Mapa de Libia. Al sureste, Al Kufrah y la zona por la que cruzamos la frontera

Pudimos reponernos del traqueteo y los sofocos del viaje. Fueron días de enviar solicitudes, saludos, recordatorios, casi todos a Berlin y a Madrid, intentando conseguir del precario Reichtag una pensión como veterano de guerra.

Una apacible mañana de febrero de 1945, los frailes nos llevaron por carretera hasta El Cairo. Desde allí volamos rumbo a Malta, y continuamos en otro vuelo hasta Madrid vía Marsella.