I: El arma del futuro
El 12 de febrero de 1941, cuando el general Rommel aterrizó en Trípoli, yo acababa de superar mi tercer y definitivo control de calidad. Me convertí en la Unidad 30 A-03 (3003), asignada a los
Deutsches Afrika Korps, con sede en Trípoli, y dispuesto para incorporarme al frente. Entonces me sentía el arma del futuro, sin duda. Ahora, a mis 68 años, llevo demasiado futuro sobre mis hombros. La herrumbre me carcome, y no recuerdo cuál fue el último cálculo correcto que realicé.
Qué tiempos aquellos, cuando el norte de África era una enorme zona de combate y todavía no se había estrenado
Casablanca.
Siempre digo que nací el 24 de marzo de 1941. Ese día me incorporé a la 39ª sección Panzerjäger al mando del coronel Matthias Botor, un pelirrojo
malencarao al que nunca le gustó el Proyecto 03, ni quiso saber nada de mí durante aquellos terribles meses que pasé en los hangares de Trípoli, picado de polvo y cubierto de bichos. Allí estaba yo, la magnífica unidad A-03, el orgullo del III Reich en el Frente del Mediterráneo, más oculto bajo lonas que presto para la acción.
La 39ª Panzerjäger en el frente de Tobruk El coronel Botor declaró en Trípoli, ante todo el Estado Mayor de Rommel, que mi aspecto resultaba
“demasiado perturbador”, impensable en la Oficina de Enlace de algún general, inadecuado incluso como asistente de cualquier mando de los Afrika Korps. Que el Proyecto era un error desde su misma concepción en Berlin, y que resultaba hiriente para la casta guerrera germana. El resultado de su informe resultó demoledor para el desarrollo operativo del
Proyecto.
Me perdí la campaña de Tobruk y la primera batalla de
El Alamein porque mi aspecto resultaba “demasiado perturbador” para mis propios compañeros.
Soldados australianos defienden El Alamein En 1942 serví de enlace para las tropas italianas en Sidi Barrani, a 100 kilómetros de la frontera libio-egipcia. En octubre de aquel año, un tal cabo Raspel, un simple
spaguetti operador de radio, detectó un error de cálculo en unas coordenadas emitidas por mí. Se acabó el arma del futuro. Todo el
Proyecto a la mierda.
Pasé a ser un montón de chatarra por valor de dos millones de dólares, y me enterraron bajo el polvo de Libia.
II: Desertor
Todavía no sé porqué decidí quedarme en Trípoli. Permanecí oculto en unos viejos almacenes de lana de la capital durante 18 meses. El daño que sufrieron algunos de mis sistemas fue irreparable. Desde entonces, registrar ciertos datos me produce cosquillas.
Angelita era una andaluza guapetona y algo farota que colaboraba en las misiones que la Congregación de las Esclavas de María tenían en
Al Kufrah, al sur de Libia, cerca de la frontera con Egipto. En 1944 Angelita tendría unos treinta años, y casi toda Libia estaba bajo control inglés. Las últimas divisiones del Afrika Korps embarcaban rumbo a Sicilia, y con ellas se perdían todas las posesiones italianas en el desierto.
En aquellos días, Angelita, sor Maña y dos mujeres moras correteaban por las esquinas de Trípoli pidiendo comida, zapatos o alguna ropa. Ellas me encontraron y me llevaron hasta Al Kufrah en un viejo furgón
Fiat conducido por un moro gordo que nunca hablaba. Allí dentro olía a matadero.
Angelita Llegados a
la Misión, Angelita contó ante la Superiora que entraron en el almacén para hacer sus necesidades, aunque yo pienso que entrarían a robar lo poco que pudiera quedar en el viejo comercio. La convenció de la necesidad de mantenerme escondido.
La inestabilidad en la frontera con Egipto hacía peligrosa la permanencia en aquella zona. Sobre Al Kufrah pasaron guerrilleros libios, desertores alemanes,
buscavidas italianos, y a pesar de la ingente y beneficiosa labor que las monjitas realizaban y todos agradecían, empezaron a ser vigiladas y acosadas por las autoridades locales. En septiembre fueron acusadas ante los militares británicos de colaboracionismo con los
nazis. Se vieron forzadas a abandonar el país.
Milicianos libios Con las
Esclavas me dirigí hasta la frontera con Egipto, oculto entre humildes tesoros de capilla. Cruzamos el desierto egipcio en decrépitos camiones a ritmo de agua salobre y rosarios al atardecer. Pasamos seis días de miseria sin límites hasta llegar a Bawijti, cerca de El Cairo, donde nos esperaban unos hermanos jesuitas españoles que allí ejercían su apostolado.
Mapa de Libia. Al sureste, Al Kufrah y la zona por la que cruzamos la frontera Pudimos reponernos del traqueteo y los sofocos del viaje. Fueron días de enviar solicitudes, saludos, recordatorios, casi todos a Berlin y a Madrid, intentando conseguir del precario Reichtag una pensión como veterano de guerra.
Una apacible mañana de febrero de 1945, los frailes nos llevaron por carretera hasta El Cairo. Desde allí volamos rumbo a Malta, y continuamos en otro vuelo hasta Madrid vía Marsella.