A los militares de la Capitanía Militar de Sevilla les interesaba conservar el viejo Aeródromo de Tablada porque suponía una salida fácil y segura hacia Jerez o Málaga, en caso de que las cosas se pusieran mal en la capital del sur. Los obreros de Construcciones Aeronáuticas y de la Fábrica de Artillería estaban cada vez más nerviosos y no se descartaba la posibilidad de un atentado. Ni el Gobernador Civil se sentía a salvo. Por eso le pidieron al Ministro del Ejército la renovación de los barracones siniestrados tras el terrible incendio provocado por un sobrecalentamiento en el cableado de la Central de Comunicaciones.
El presupuesto enviado a Madrid para reponer los sofisticados equipos calcinados sobrepasaba los dos millones de pesetas, una auténtica burrada. A nadie en Sevilla hubiera extrañado que los generales de Ministerio hubiesen clausurado las instalaciones.
Sin embargo, los militares decidieron reconstruir la vieja base de aviación, dotarla de los medios técnicos más avanzados y reforzar y ampliar la pista de aterrizaje. En Sevilla no se lo creían. Dado el escaso valor estratégico de Tablada, aquel esfuerzo económico parecía un derroche más de los tecnócratas del Gobierno.
Estado del robot tras el incendio.
Los restos calcinados del 30 A-03 fueron trasladados a un hangar de la zona este, algo retirado de los demás, que quedaba separado de la pista por una vieja valla. Hasta allí llevaron un camión-taller nuevecito escoltado por dos motoristas de la policía local.
También se desplazaron a la base el Teniente psicólogo Martínez y un equipo de técnicos de C.A.S.A. bajo las órdenes del Capitán Ingeniero Lahoz, que ya había asistido al robot en otras ocasiones. Todo aquel despliegue de personal y medios causó enorme expectación entre los reclutas de la base, y la cantina no cerró en toda la noche.