ZAMENE: ¿Te he dicho que mi hermana, la que vive en Errachidia, conoce a Ihen el herborista?
RUPALFÍN: ¿Y eso?
ZAMENE: Es que este hombre es conocido en todo el Tafilalt. Fíjate, que hasta en Errachidia saben de él. Mi hermana fue a verlo porque hace un año le salieron granitos por todo el cuerpo, y una mujer muy buena le habló de este herborista y de que curaba a la gente.
RUPALFÍN: ¿Y se curó?
ZAMENE: Le dijo que era cosa de los nervios, y le mandó unas hierbas para tomar en infusiones. Con el tiempo se le quitaron los granitos, y también le vinieron bien para los gases, porque mi hermana siempre ha sido de muchos gases, tú lo sabes.
RUPALFÍN: Sí... Nada más viendo el dibujo se nota que es un hombre sabio, verdad? Si te fijas, en el cartel se ha puesto él mismo, con su nombre y su cara...
ZAMENE: Por eso. Porque es un sabio.
RUPALFÍN: O porque a lo mejor se cree que es alguien, no? ¿Y eso no es pecado?
ZAMENE: Por eso. Porque es un sabio.
RUPALFÍN: O porque a lo mejor se cree que es alguien, no? ¿Y eso no es pecado?
ZAMENE: No, porque este hombre es mu sencillo. Si fuera un hombre soberbio sí sería pecado, pero es muy bueno. Es como un santo.
RUPALFÍN: También se nota por el dibujo que es buena gente... ¡Es que el cartel lo dice tó! Y encima es muy bonito, verdad? ¡Lo bien pintado que está! Yo creo que es el más bonito de todos.
ZAMENE: ¿Te has fijado que se ven desde las dunas de Merzouga hasta las montañas del Atlas?
RUPALFÍN: ¡Es verdad! ¡No me había dado cuenta! ¿Po sabes una cosa? Ahora estoy aquí mirando el cartel del dentista ese que tenemos enfrente, y me están entrando ganas de darle dos patadas, de lo feo que es. A que sí?
ZAMENE: ¡Tranquilo, Rupalfín, que te pierdes!